martes, 19 de enero de 2010

SOMOS TODOS CULPABLES DE NO SABERNOS CULPABLES

Liberarse de los asesinos menores de edad, daría poco que pensar. En un principio sería separarlos de la sociedad, pese a que el hecho afecte el buen honor de los credos y que las asociaciones puritanas eleven su voz al cielo. Encausarlos en la buena senda sería dificultoso, casi imposible, además de costoso una pérdida de tiempo. Separarlos, sería marginarlos en reservaciones como ocurre con los indios a manos de nuestros Honorables Gobernantes de turno. Ellos no manipulan armas de juguetes, no juegan al policía y al ladrón, las usan para conseguir prestigio y dinero fácil, ya que nadie les proporcionaría un trabajo estable, cosa de contenerlos y porque no están preparados culturalmente, mucho menos anímicamente a convivir en sociedad. Cuando matan a una mujer para robarle la cartera, el auto o el celular, con ello atentan inconscientemente a su propia madre. “Total; en las películas televisivas nos educan a matar, caso contrario la vida no tendría atractivo –pensarían”. Ellos actúan por diversión, para generarse autoestima, para experimentar sensaciones adversas a las buenas costumbres y por supuesto, para lucirse y adquirir fama entre sus amistades. Además, como nada les obliga cumplir con tareas comunitarias, no saben qué hacer de su vida.
Aunque no se me crea, proceden plenamente conscientes de sus actos; saben lo que hacen y por qué lo hacen. Desafiar las leyes de la convivencia les fascina, les hace sentir superhombres.
Ahora, una de las posibilidades de evitar ese flagelo sería armar la ciudadanía a fin de que tenga con qué defenderse ya que la policía y los jueces resultan inoperantes. Paralelamente, que el público controle el proceder de los supuestos defensores del orden. O sea: Ser policía de los mismos policías. Todos aquellos que infligen las reglas, denunciarlos abiertamente, detenerlos, atarlos sobre una plataforma en una plaza pública con un cartel que cuelgue de su cuello señalándolos como traidores a la sociedad habiendo cometido tal o cual falta y que todo el mundo recuerde su cara al descubierto, previo encerrarlos a pan y agua por tiempo indeterminado.
Que yo sepa, el deber de los defensores de los derechos humanos es amparar la ciudadanía de cualquier tipo de agresión; no se les paga para proteger a los reos y a los niños asesinos. Porque un menor que jala el gatillo y mata, es un asesino. Se me hace que asimismo deberían condenar a sus padres por no haber sabido educarlo y por supuesto, a quienes les proporcionara el arma.
Si las drogas, según dicen, son las causantes de los desequilibrios de la moralidad, cosa que dudo, habría que ir a las fuentes y desenmascararlas, porque los narcotraficantes al igual que los tratantes de blancas se empeñan en vender su mercancía. Son comerciantes, con la única diferencia que van de la mano con los pesos pesados y en contramano a la sociedad.
A fin de justificar su sueldo, ciertos uniformados desmantelan una de tantas partidas de estupefacientes que por norma, interesadamente dejan escapar. Denuncian haber secuestrado ochocientos cincuenta kilos de extrema pureza por un valor estimativo en euros… según la cotización en las bolsas europeas de los mercados de pulgas. Y de inmediato la prensa se hace eco y caratula la hazaña como un acto de valor y de extremo heroísmo profesional. Nadie menciona los ciento cincuenta kilos faltantes que engrosaron a ocultas las arcas de los guarda espaldas de los pesos pesados. Y la vida sigue su curso como si nada… todo en cadena oficial hasta el próximo aviso.
El culpable para la mayoría más uno, resulta ser el chivo expiatorio, el adolescente criminal que gatillo el arma y se fugó. Mientras que los verdaderos asesinos con corbata, los pesos pesados, se lavan las manos como Pilatos ocultos detrás de los muros de sus suntuosas mansiones, protegidos por toda clase de perros.
La falta de dignidad y la ambición desmedida son las que en realidad engendran la inconsciencia, la mafia organizada y la insensibilidad cuyas metas es el “Bolsillismo Capitalista”.
En todo eso, la sociedad es la única que resulta perjudicada, siendo también la única responsable de culpa y cargo de que pululen los criminales y los ladrones a sus anchas en su ceno. Sobre la marcha, la desconfianza realiza su trabajo de hormiga formando enemigos donde jamás los hubo.
Para resolver ese rompecabezas habría que comenzar medicando la moral de la población, hacerle entender que la sociedad no es una jungla de depravados y forajidos, sino de un inquilinato de aspirantes a convivir en paz, cordura y armonía. Que el deber principal del ser humano es no dañar a nadie y tratar de buscar en el semejante el reflejo de la propia imagen: el eslabón perdido.
La base de cualquier evolución social es procurarle al pueblo un trabajo digno, ampararlo solidariamente y ofrecerle una buena educación. La sensibilidad y la hermandad vendría a colación, pero esa es tarea de los mandamases elegidos por el pueblo: “¡Que Dios y la Patria os juzgue y os demande…!”. Señores…, que por arte de magia engordan su ganado, amasando fortunas a costillas del pueblo, a espaldas de él.
Salgamos de una base: si yo perteneciera a los demás (simbólicamente hablando), los demás me pertenecerían, entonces yo cuidaría de ellos, porque a su vez ellos cuidarían de mí. El día que esa fórmula sea factible, el dinero dejaría de ser la razón de la celebridad. Ese día no habrá más mendigos, asesinos ni ladrones, no habrá niños que mueran de hambre ni dirigentes corruptos.
Si la humanidad pensara en plural, marginando su auto individualismo, tú y yo volveríamos a ser hermanos.


14/Diciembre/2009
Rupén

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