miércoles, 3 de febrero de 2010

TREINTA MONEDAS DE INFAMIA

Por treinta monedas de plata cualquier mortal traicionaría a su semejante y lo vendería en los mercados de pulgas a los negreros.
Me preguntarían: ¿Pero, por qué razón?

Contestaría: Porque nuestra mente no está condicionada a que otro ser humano valga lo mismo que uno y porque es más fácil prestarle atención a la materia que obedecer nuestra voz interior.
Tengamos en cuenta que el dinero no compra la sinceridad, que la auténtica felicidad radica en la conformidad y que el verdadero bienestar es tan sólo sugestión y la lujuria, un disfraz de nuestra ambición desmedida basada sobre un complejo de inferioridad.
Si me preguntaran: ¿cuál sería el deber del ser humano para con otro ser humano?
Respondería: “Reflejarse en el otro para amarse en él” Porque cualquiera de nosotros, llevando a cuestas su porción de ángel, forma una imperecedera parte del otro yo y ese otro yo, a su vez, una porción insondable del Universo. Amar al prójimo es una entrega total e incondicional y el un camino que conduce a una comunicación con la propia esencia humana. A eso le agregaría: no hay hombres buenos ni malos, los hay errados, incultos, inconcientes, acomplejados y psicológicamente perturbados. Los demás: los buenos y medianamente buenos, son los que apenas han podido visualizar en los demás su propia imagen sin caer en la tentación de alimentar su ego.
Matar a alguien, sea quien fuere, es amputar en él a la Creación misma, es agredir a la Naturaleza en uno mismo.
Hace miles de años que la familia humana no logra desprenderse de su propia Torre de Babel, empero, en la medida que logre cultivar su conciencia, desarrollar su intuición y que el hombre comience a crecer de afuera para adentro, llegará el momento en que la Hermandad Universal quedará definitivamente consagrada; la misma rescatará su sociabilidad rezagada de la Nada.
El heroísmo y la gloria en la mente de los mediocres son conceptos arraigados que no cuajan con ninguna doctrina de las lógicas espirituales; no implican brindar afecto, solidaridad o una simple caricia al que la necesite, sino de canjear posiciones, invadir intimidades, saquear pertenencias, esclavizar y de paso, desestabilizar contaminando atmósferas.
Creo que Jesús habría llegado a allanar el camino al entendimiento entre hermanos si no lo hubiesen crucificado. Estuvo a punto de revelarnos los secretos de la Vida Eterna, amén de hacernos observar que las treinta monedas de plata no serían meritorias como recompensa si se utilizaran a cambio de una extorsión, se tratase de perjudicar e incluso de prejuzgar al que se atrincheró en la vereda de enfrente. Recordemos que regocijarse en la propia vanidad es un sacrilegio hacia nuestro don de gente.
Aquél Pastor de Almas erradas, que en su sermón mencionara: “Amar a sus enemigos” quiso revelar que si uno lograse perdonar a sus opresores, esos mismos dejarían de figurar como tales. Esa teoría, llevada a la práctica, es la que algún día habrá de despertar a la humanidad de su prolongado letargo de siglos y de guiarla fuera de la nebulosa de su inconciencia.
Todas las religiones estuvieron destinadas a comunicarle al mundo esa proeza y al no hallarle eco a sus predicas entre sus súbditos, se conformaron aceptando como pago de honorarios las treinta monedas de infamia y a disimular honestidad...
6/Diciembre/2009
Rupén Berberian
www.arteraymond.com.ar

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