martes, 19 de enero de 2010

LA CASA ROBADA

Tengo una inquietud que quisiera compartir con mis hermanos de nuestra diáspora. ¿Nosotros, los huérfanos del genocidio somos armenios de verdad o no lo somos…? Que yo sepa, Armenia, libre e Independiente nunca contempló nuestra presencia, ni siquiera nos alentó con reconocernos. No impartió órdenes a sus embajadas para que nos registren bajo el pretexto de alimentar nuestras esperanzas y que descartáramos la idea que estemos echados al abandono. Entendemos que Armenia con un diez por ciento de un territorio milenario es también parte de nuestra Tierra Madre que debería reconocer de alguna manera a sus hijos diseminados por el mundo. No dije: “rescatar”, sería demasiada sutileza. No pretendemos que nos otorgue la doble nacionalidad, sino que sepamos que somos parte de ella, aunque se tratase del diez por ciento de nuestra armenidad. Pero, si durante noventa y cuatro años no se le ocurrió recuperar la oveja perdida, me sorprendería de que lo hiciera hoy en momentos en que sus habitantes sufren pobreza moral y económica mientras que los elites y mandamases multimillonarios refriegan sus opulencias en la cara de sus héroes. Porque son sin duda héroes los que resisten la pobreza y la contaminación antipatriótica haciendo honor a sus raíces. Mañana seguramente habrá otras tendencias políticas y nuestros hermanos de la diáspora se habrán sumado a los que por una razón u otra, resignados, habrían abandonado la Madre Tierra para perderse en el anonimato.
Vuelvo a aquello: ¿Armenia tiene acaso noción de nuestra presencia como pueblo en el exilio? ¿Tiene algún interés hereditario por conservarnos como parientes de no ser por las divisas que le aportemos? ¿Las embajadas armenias qué función les caben y cuál es su misión, más allá de vender pasaportes a los adinerados de turno; la de acceder a los banquetes de las Voluntarias Madres Culinarias de nuestra comunidad que ni siquiera figuran como armenias; la de auspiciar anualmente un Maxi-kiosco en la Feria del Libro de Buenos Aires? ¿De qué nos sirve a nosotros la presencia de una Embajada que no cobija bajo sus alas a los artistas, que no promueve debidamente el amor a su tierra? Si están para cobrar un sueldo, representar a su país y, vivir a costillas de ciertos benefactores, entonces que se queden en sus casas y nosotros les enviaremos el sueldo y las golosinas y que dejen de ilusionarnos con sus parodias. Aunque… Es posible que ignore la específica misión de los Embajadores y pretenda de ellos conquistar la luna. Es posible que lo que busco esté relacionado con el flamante Ministerio de la Diáspora que acaba de inaugurarse… Pero mi vida se acaba y con ella mi paciencia. Pretendo actitudes concretas. ¡Exijo actitudes concretas!, necesito saber a esa altura del partido quién soy y hacia qué rumbo me conduce esa carga de mi particular armenidad al hombro. Si Armenia permanece con su indiferencia hacia nosotros porque se inventa adrede problemas sociales que no sabe remediar, entonces nuestro camino es otro. Es aquél que he apuntado en otras reflexiones: “Volver a casa” que nuestra inteligencia y el fruto de nuestro cerebro creativo y lo que hemos reunido en nuestra cosecha por el mundo sirvan para que abramos el camino al diálogo con nuestros verdugos, porque son ellos quienes poseen nuestras tierra ancestrales, son ellos que se atribuyen ser dueños de nuestra Montaña Sacra. Y es con ellos que debemos negociar nuestro futuro regreso a casa. Nuestros padres y abuelos fueron ciudadanos del Imperio, pues ese sería uno de nuestros reclamos, el primer argumento a esgrimir hasta tanto nuestros diplomáticos y nuestros sabios sepan hallar la brecha de la reconciliación. Dije reconciliación, no al olvido, al perdón, mucho menos a la capitulación. No sería fácil, ya sé. La herida que llevamos en el pecho aún sangra y ha de sangrar hasta que se pierda nuestro último aliento. Pero es necesario intentarlo, es necesario intentarlo para no quedarnos vegetando como hasta ahora, otros noventa y cuatro años, aguardando inútilmente, esperanzados en una madre que no nos reconoce como hijos propios.


20/Agosto/2009
"No te guíes por mis castillos en el aire…", Rupén

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