miércoles, 5 de marzo de 2008

LA DISCRIMINACION

La discriminación es un hecho imperdonable en todas sus manifestaciones posibles. Duele y queda grabada en la memoria, principalmente durante la edad escolar.
Normalmente se entiende por discriminación al racismo, a las divergencias de los credos, a la de los partidos políticos, al fanatismo en los deportes. Pero hay una discriminación que no entra en los cálculos y es aquella que les toca soportar a quienes, en un momento dado nadaron en la abundancia, fueron primera figura y por los avatares de la vida, perdieron su fortuna y hoy son olvidados por quienes frecuentaban su casa y comían en su mesa.
Un beduino de regreso a su hogar se encontró con un tradicional festejo, gente en derredor de un suculento banquete, comiendo y bebiendo mientras que otros bailaban. La costumbre árabe para cualquier forastero era saludar y arrimarse a compartir el festín. Y nuestro beduino avanzó queriendo integrarse al grupo, pero fue impedido por no llevar ropa adecuada. El hombre no ofreció resistencia, fue a su tienda y volvió al poco tiempo impecablemente vestido; llevaba una túnica bordada con hilos de oro. Fue inmediatamente recibido por los mismos hombres que le habían impedido acercarse y lo ubicaron en un lugar de privilegio frente al “Mánsaf” (banquete). Al instalarse, nuestro hombre comenzó a llenarse la mano con arroz, piñones y carne de cordero y a echarlos sobre su ropa, diciendo: ¡Come! ¡Come! ¡Los honores son para ti! La gente asombrada se preguntó por qué ese hombre actuaba de esa forma y él, adivinando lo que les intrigaba, les explicó que había venido antes y fue rechazado por no llevar ropa adecuada y ya que la vestimenta era más importante que él, le ofrecía honores a su atuendo.
Un caso similar sucedió con un conocido industrial, admirado por sus generosos aportes a la comunidad Armenia; presidente aquí, presidente allá, porque solía derrochar dinero manteniendo colegios e instituciones benéficas. De pronto el destino le jugó una mala pasada, perdió su empresa y, como por arte de magia, a todos sus amigos. Hoy sin su emperio industrial se siente marginado y abandonado. O sea: mientras tenía dinero era un señor y ahora que no lo tiene dejó de ser interesante. Esta es la discriminación a la que apunto; la crueldad humana que adopta cierta clase de gente con quienes les han dado tanto. La ingratitud parecería formar parte de la clase adinerada. Para ellos el dinero es una competencia del poder. Es también cierto que nuestra comunidad es poco solidaria con el árbol caído, es por lo visto una innata característica de nuestro pueblo. Recordaría a mis hermanos aquel proverbio árabe que, traducido sería: “Uno sigue siendo pobre cuarenta años después de haberse enriquecido y seguirá rico, cuarenta años después de haber se empobrecido”. Mi gente aún no entiende que la época de “Sálvese quien pueda”, acabó aproximadamente noventa años atrás y el sol está sonriéndonos nuevamente. Como que el genocidio paralizó en parte nuestras neuronas, nuestra evolución mental y las consecuencias están a la vista: la pobreza está tan incorporada en nosotros que nos ha tornado, quien más quien menos, aves de rapiña. En vez de solidarizarnos con el dolor de nuestros hermanos, tratamos de arrancarle la última tajada antes de abandonarlo. Quisiera imaginar que el genocidio incidió en esta, nuestra retorcida conducta, ya que no me animaría a creer que nunca fuimos fraternales, generosos y hombres de bien; suficientemente inteligentes y astutos. Si jamás lo fuimos, entonces el genocidio fue bien merecido y habrá de sernos aleccionador, aunque… lamentaría por los niños, las mujeres y los ancianos que tuvieron que experimentar la volteada.
Tal vez en el futuro entendamos que para honrar nuestras raíces es un deber ser solidario, saber perdonar y aprender a hermanarnos. Mentalizarnos con que el dinero no hace a la persona; que nadie es mejor que otro, que todos tenemos el deber con todos y que el hecho de abrir el corazón y educar la conciencia debe ser la consigna para nuestro futuro, si es que pretendemos permanecer como pueblo. Para que lo armenio no muera, no hay que permitir que nos estanquemos entre los errores ancestrales que no nos han permitido alzar vuelo.

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