miércoles, 5 de marzo de 2008

ANDANDO A CONTRAMANO

Cualquiera hasta el menos instruido sabe que la Torre Eiffel se encuentra en París y París está en Francia. En Europa la gente es tan culta que deduce que Buenos Aires se halla en Brasil. Cualquiera reconoce la palabra “Merci”, sabe que significa gracias en francés. Todo el mundo lo sabe, menos los turcos. Para ellos es una expresión indiscutiblemente turca, se han apropiado de ella del mismo modo que usurpó el Bíblico Monte Ararat que siempre perteneció a los armenios. Cuando utilizamos el término: “Me importa un bledo”, sabemos perfectamente su significado, pero tal vez ignoremos que la palabra “Bledo” deriva de “Bled” (pueblo) en árabe o en “Cabili” dialecto de los bereberes de noráfrica. Quienes la usan saben fehacientemente que se trata de una expresión que no cuaja con el idioma castellano. Aquello de “Merci”, incorporada al habla turco, como manifestación, mejor dicho, de una demostración de que poseen una fina y delicada educación, lo relacionaría con lo que aconteció en un salón donde se festejaba el matrimonio de una pareja de amigos. Antes de iniciarse el brindis todo el mundo se puso de pie y rebotó a todo lo que da en las cuatro paredes el Himno Nacional de España. A su término me arrimé maliciosamente a la madrina y le pregunté qué era lo que acabábamos de escuchar y ella suelta de lengua y encendida de orgullo me miró a los ojos desafiando mi ignorancia, diciendo: ¡La Marcha Gallega, hombre de Dios! Lo único que nos faltaría aquí en la Argentina que adoptemos como propios el Out let, el delivery y la Coca Cola. Entiendo que los pueblos tienden a evolucionar, no obstante no creo que esa sea la más adecuada. El esnobismo (otra palabra recauchutada) en vez de que el cartel de la heladería diga: Helados; dice, “Gelatto”. Por supuesto que estamos familiarizados con muchas palabras de este estilo, reconocidos como extranjeras: Fútbol, básquet y tenis ya universalizadas que no molestan ni desentonan en el oído de nadie, lo mismo ocurre con las expresiones chinas, coreanas y japonesas como el harakiri, Taek won do, Karate, Tai chi chuan y otros tantos que las usamos tal cual nos fueron llegando por no tener sus equivalencias en argentino. Los nombres extranjeros es otra cosa, al no tener traducciones ni equivalentes se anulan en la aduana. Por ejemplo PAU YÛ que significa jade en chino clásico es interpretado como Cecilia y WON, como Leandro. Esto lo podría entender, lo que me cuesta admitir es que también les modifican los nombres y apellidos a los indígenas argentinos atribuyéndoles nombres y apellidos españoles. Es como querer amputar el origen, como que una morocha mota se tiñe de verde limón. Como aquel cantante negro que se hizo aclarar el cutis, operar diez veces la nariz hasta hacerla desaparecer y quedó deforme, ya no es ni una cosa ni la otra. Vaya a saber qué gusano le trabajó el cerebro con que el blanco era mejor y más valioso que el negro. ¿El blanco es mejor y más valioso que el indio…? Personalmente no podría imaginar al negro Armstrong disfrazado de hombre blanco. En él todo lo identifica, lo enaltece y lo consagra, su ritmo interior, su voz, incluso el instrumento que toca forma parte de su arte. Si Armstrong fuera amerindio es posible al cambiarle el apellido lo habrían llamado Juan Poroto Bellagamba o Pelaratti... En Turquía sucede lo mismo con los sobrevivientes armenios, están obligados a cambiar de apellido incluso de nombre. O sea: se los disfrazan de turcos a modo de alterar su identidad por querer permanecer en el suelo donde nacieron sus ancestros. Que yo sepa, cambiar de nombre o de religión no modifica la persona. Para los amerindios, sus nombres y apellidos constituyen parte de su folclor nacional (otra palabra injertada). El hecho de modificarlos es atentar contra su pasado y contra su orgullo de raza. Sería, en mi parecer, más justo, que todos los habitantes del suelo argentino, incluyéndome a mí, modifiquen su nombre y apellido en denominaciones autóctonas como un homenaje a la tierra y a su indiada. Lamentablemente nuestro mundo gira al revés y si lo analizamos de cerca llegaríamos a la conclusión que todo anda patas para arriba, incluyendo nosotros. Estamos tan acostumbrados a andar de contra mano que ni nos damos cuenta de ello.

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