miércoles, 18 de marzo de 2009

PERDONAR, PERO NO OLVIDAR

Incomodado por mis punzantes reflexiones, alguien llamó a la audición pidiendo que dejara en paz la memoria de los abuelos masacrados durante el genocidio y yo lo entendí y me abrí a su corazón. A mí también me gustaría, más allá de rezar en silencio y elevar mis pensamientos por sus almas, creer que lo suyo se trató de una burla del destino que los convirtió en víctimas de su fe cristiana. Pero, lamentablemente, mis conclusiones difieren a las de esa oyente. Pienso que de algún modo fueron autores de su triste destino. Lo fueron, porque no advirtieron la catástrofe que se avecinaba y porque gracias a ellos nos tocó, los sobrevivientes, desparramarnos a lo largo del mundo como gitanos, sosteniendo en la memoria una identidad afiebrada y en peligro latente. No quisiera ser cruel en mis apreciaciones o insinuar algún tipo de insensibilidad hacia quienes sufrieron toda clase vejámenes, violaciones y persecuciones racistas. Lo que intento es detectar sin odio, resentimientos, ni fanatismo, las fallas y los errores que se cometieron allá y a lo lejos que iguala a un ayer. No por nada es masacrado un pueblo sin piedad ni contemplación, sea judío, armenio, somalí o congolés. Debió haber existido errores garrafales de irrespetuosidad, de prepotencia y de intolerancia religiosa, de una evidente desinteligencia…; de algún fondo turbio…, amén de una politiquería barata; además… habría fallado el amor y, como cristianos que eran, pudo haber sido uno de sus mayores pecados. Pienso que debían haber respetado las enseñanzas de Cristo; y los turcos, haberse interiorizado algo más en los fundamentos de la doctrina islámica. Las religiones no son simples palabras que las lleva el viento, son para ser interpretadas en su esencia, para esto están, para que haya paz en los corazones. Se me hace que ni unos ni otros tuvieron en cuenta la importancia de una sana convivencia. A menos que me equivoque, nadie asesina a un pueblo por el simple hecho de ser inocente. No estoy justificando al asesino, mucho menos haciendo apología del crimen, pero es hora que comencemos a descubrir y analizar objetivamente; fríamente, los pormenores de lo ocurrido y el proceder de nuestros padres y abuelos. Hay pueblos que posee el lema de no olvidar y de no perdonar; allá ellos. El nuestro debe prevalecer siendo la base de nuestra filosofía de vida: “Perdonar, pero no olvidar”.
Repetiría una y mil veces con absoluto convencimiento hasta que se me demuestre lo contrario, que los armenio tuvieron culpa de lo que les sucedió y también les recae la culpa por cómo nosotros, sobrevivientes de la tragedia, quedamos a medio camino de la verdad.
Ya sé que duele en el alma y mucho, culpar a nuestra propia sangre derramada y, que es más sano mirar para otro costado. Lo nuestro no fue un accidente, el holocausto judío no fue un accidente o un capricho de un depravado, la eliminación de tantas vidas humanas no fue un descuido, no se trató de una guerra armada; fue un exterminio: ¡un exterminio! Para que desaparezca un millón y medio de armenios, un millón y medio de seres humanos que pudieron haber modificado el destino de la humanidad. Incluso, si se tratase de un accidente, igualmente llevarían una culpa, porque los accidente no son accidentales. Y repito: la desaparición de una gran parte de nuestro pueblo armenio es sin duda un error garrafal, tanto para nosotros, los sobrevivientes armenios, como para los turcos genocidas y una catástrofe inigualable para el mundo entero, por haber desviado la vista de los acontecimientos. Con ello el género humano retrocedió siglos en la escala de su evolución. Ellos murieron siendo armenio, en cuánto a nosotros… Cada uno de nosotros nos toca confeccionar una cruz a imagen y semejanza sobre un montón de dudas y confusiones generacionales creyendo con ellos estar honrando debidamente desde lo profundo de nuestro ser, la memoria de quienes cayeron durante el genocidio.

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