martes, 24 de marzo de 2009

Homenaje a nuestros héroes de la diáspora…

Con sentidas palabras pretendo humildemente honrar a los héroes de nuestra gran familia armenia de la diáspora. De algún modo hacerles llegar mi respeto, manifestarles mi admiración por los logros, más que milagrosos, obtenidos por cada miembro de esa comunidad, debido a su tenacidad, a su espíritu de lucha y por supuesto, a su gran inteligencia creativa, amén de su indiscutible genialidad. No es nada fácil resurgir de la nada habiéndose trasladado a la deriva por el mundo para abrirse en abanico sin medios adecuados. Tuvieron en su gran mayoría, renunciar a sus estudios y remangarse a la vida. Adquirieron filosofía propia sobre los adoquines de las calles, peleándole a la adversidad codo a codo. Desde sus heredados oficios familiares, llegaron a grandes industriales y a constituir en grandes empresarios. Muchos fueron destacados y reconocidos por sus habilidades innatas pese a erigir patria en patrias ajenas. Aún naufragando entre idiomas foráneas se hermanaron con los pueblos que les abrieron sus fronteras. Entre lágrimas y cicatrices que aún les sangran, mantuvieron su identidad, sus ideales y jamás desplazaron de sus sentimientos el amor a sus lejanas tierras. Un héroe no es quien regresa de una batalla coronado de laureles luego de haber puesto de manifiesto todas sus mezquindades infrahumanas a espaldas del sentido común. Un héroe es aquel que, pese a la adversidad, logra imponerse a las circunstancias sosteniendo la cabeza sobre los hombros y la mirada acariciando horizontes. No obstante, la armenidad de la diáspora, más allá de haber generado grandes talentos, muchos lograron encerrarse en sus vanidades y se sumergieron hondo en sus egolatrías primitivas, lo cual es comprensible. El éxito suele confundir los objetivos elementales, hace que uno se crea superior. Quizá sean defectos preliminares junto con la indiferencia y la insensibilidad que va acentuándose al desprenderse las hojas del almanaque. “El dinero es el opio de la conciencia”.-dije una vez. “El poder engendra prepotencia”- dije otra vez. Quien haya superado destierros y sufrimientos de toda índole es factible que no contemple debilidades ajenas. Para él los débiles e incapaces de defenderse por sí solos son descalificables. Para cualquiera de la diáspora, ningún armenio debiera sufrir necesidades ni pedir ayuda, porque al igual que todos los demás hermanos, posee el don divino de la supervivencia al que debe poner en práctica. Nos obstante ello, el orgullo de haber superado los escollos los tornó reacios al dolor ajeno y se les acentuó el egoísmo primitivo. Para ellos tenderle la mano a un hermano es algo así como humillarlo en su amor propio. Su heroísmo los hizo retroceder, sin querer a la época de las cavernas y su justicia es la de en marginar a los débiles y los imposibilitados de seguir el rebaño; quienes en definitiva deben ser ignorados y abandonados por los caminos. Pienso que los armenios de la diáspora forman parte de un partido de ajedrez muy particular donde no existen peones, ni torres, no participan caballos, ni alfiles, donde se juega a todo o nada con Reyes, Reinas, Capitanes y Comandantes. No les cabe mentalizar que la unión hace la fuerza. Que entre todos se podría armar un Paraíso juntando esperanzas y abrazándonos entre hermanos. Además deberían comprender de una vez por todas que la política interna de un país es propiedad exclusiva del mismo y es donde flamean sus banderas y donde el suelo se impregna día a día de historias vívidas y, que ellos, los héroes de la diáspora, no son más que águilas perdidos que revolotean por los cielos del mundo, aunque les duela reconocerlo.

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