miércoles, 18 de marzo de 2009

LOS IMPERIOS

El político norteamericano con cara de mascara de almidón y mirada fúnebre, discípulo y amigo personal de Bush, Cara de Hiena y aspirante al trono de los EEUU, increpó la orden del flamante Presidente Negro de frenar las torturas en todas las bases norteamericanas controladas por la CIA repartidas en el mundo, haciendo por supuesto hincapié en la de Guantánamo, Cuba, diciendo: “¿Qué hemos de hacer con los presos? Nuestro país no aceptaría sospechosos en su seno”. Su intensión no sorprendió a nadie: siendo un veterano criminal de Vietnam, cae de maduro que le importa muy poco liquidar a todos los presos, por más que no hayan sido juzgados y comprobada su culpabilidad. De pronto pienso, cómo hubiese sido nuestro mundo sin energúmenos, sin militares ni policías, colonialistas conquistadores, usurpadores prepotentes y próceres a caballos de bronce. Si no existiesen religiones que desorienten a los niños y a los ingenuos haciéndoles mentalizar absurdos, ¿estaríamos acaso matándonos unos a otros por costumbre y por contagio? Si hubiésemos comprendido que el cielo y la tierra nos pertenecen tan solo en la ficción, entendiéramos que el mundo es una fantasía y que nosotros no somos más que simples sombras corridas por el destino. Si nos diéramos cuenta que el vecino no es un rival, mucho menos un enemigo; que el que está en la otra vereda aguarda a que le ofrezcamos un abrazo… Cómo me gustaría que los países fuesen reconocidos por sus flores nacionales y sus árboles frutales, que carezcan de fronteras, púas metálicas, muros divisorios, ideologías odiosas y fanatizadas… Reconocer a Palestina por sus olivares, Armenia por su Montaña Sacra y sus damascos; la Argentina, por el Seibo y el Jacarandá; que no haya discriminación, ni la estúpida creencia de la raza superior, predilecta de tal o cual supuesto, hecho a imagen y semejanza… Digo yo… ¿lo soportaríamos? ¿No será lo que nos incentiva vivir es sortear por turno las desgracias? Si el amor fuese libre, amplio y sincero, en el buen sentido de la palabra, no tuviese censura que merme su poder creativo, ¿estaríamos conformes? Si no tuviésemos ambiciones, obsesiones y vanidades, ¿sabríamos acaso navegar en las aguas de la humildad? Y el miedo nuestro de cada día ¿en qué quedaría, lo extrañaríamos acaso? ¿No nos descarnaría; no nos asombraría reconocernos en nuestro espejo? Si no tuviésemos ese envoltorio llamado piel, tú y yo seríamos iguales y la igualdad reinaría en nuestro cerebro como un axioma. Esos… esos son algunos cuestionamientos que siempre desafiaron mi escaso conocimiento y mi aguda ignorancia. No entiendo por qué no puedo comprender que Israel repudia a los palestinos y los desconoce como dueños legítimos de sus tierras ancestrales. ¿Será porque en su gran mayoría le reza a Alá, Dios del Universo y no a Jehová, dios de los victoriosos ejércitos de Israel? Turquía masacró a un millón y medio de armenios porque eran cristianos y ¿qué ganó…? ¿Qué ganó más allá de apoderarse de sus bienes, de robarles sus riquezas? ¿Acaso con ello conquistó la paz y la tranquilidad que añoraba? Y los cargos de conciencia… Supongamos que no tienen conciencia, al igual que quienes manejan el Estado terrorista israelí, ¿cambiaría acaso el fundamento de su agresión? Israel quiere por la mala o por la buena sacarse de encima a los árabes palestinos; en otras palabras: al despertar islámico. Supongamos que lo logran y después ¿qué…? ¿¡Fueron felices y comieron perdices…!? Luego, ¿Aleluya, Aleluya hasta el fin de los tiempos…? Mi tía Areck, decía: “Antes que nazca el sol, muchas cosas nacerán…” Construir un mañana sobre hojas del almanaque de un viejo calendario es jugarse el futuro a la ruleta rusa. Si no me creen, no tienen más que desmenuzar épocas remotas. Ya Egipto no hace honor a su pasado; Roma, Bizancio, Persia, Babilonia y Grecia, tampoco.
El tiempo es quien posee la última palabra y el único que no caduca

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