jueves, 16 de septiembre de 2010

PARA PONERSE A PENSAR

Reflexión leída 17 Agosto de 2010
por Radio Génesis AM 970
Audición Radial LA VOZ ARMENIA

¿Pensó alguna vez en volver a casa? No me refiero a su hogar junto a su familia, sino al territorio de nuestros ancestros. ¿Acaso nosotros los armenios de la diáspora somos apátridas como los gitanos? Que yo sepa; la gran mayoría de nosotros aún recuerda de dónde proceden nuestros padres y abuelos y bien que repercute en nuestros oídos el drama que tuvieron que sortear para sobrevivir. Tanto ellos como nosotros, sus herederos, hemos batallado contra la subsistencia noventa y cinco años tratando de que el mundo contemple el motivo de nuestro desarraigo y siempre fuimos perdiendo esperanza tras esperanza y si hemos alcanzado algunos logros fueron bastante magros y casi intranscendentes. Por momentos hemos podido acorralar el cuerpo de la bestia, aunque… hemos descuidado su cabeza. Ocho millones de hermanos nuestros nutren cotidianamente el mundo entero con su esfuerzo y conocimiento fuera de nuestros verdaderos terruños, lejos de Nuestra Madre Tierra.
Se me hace que la diáspora no supo visualizar la magnitud de la gravedad de nuestro exilio y de nuestro peligro por desaparecer como armenios de la diáspora, enmarañados en este vasto valle de la incomprensión con lo que implica ser absorbidos por otras culturas, haciendo patria en patrias ajenas. Digo todo esto como intentando plantear una idea impensada por la mayoría de mis hermanos; una idea loca y revolucionaria que ronda en mi cerebro desde que maduré lo añejo de la memoria sobre mi propia armenidad, detenida en la vía de un tren que no llega.
Guiliquia, (Cilicia), Mush, Sasún, Zeitún, Adaná, regiones como tantas otras de Armenia Occidental, hoy Turquía; fueron los terruños de nuestros ancestros, las reliquias de nuestra historia. No obstante, mientras estén presentes en nuestra memoria, y no caigan en el olvido, habrán de pertenecer a nuestras raíces, al árbol de los pájaros perdidos.
Esa es la casa que tenemos que recuperar con inteligencia, serenidad y perseverancia, no con pasión y vehemencia que nos han traído mucho dolor de cabeza.
Algunos dirán: “Volver a Turquía después de todo aquello, ¡jamás!” Es cierto, bajo las condiciones actuales no iría nadie como para enfrentarse nuevamente con esa mentalidad retrograda de los turcos. ¡Claro que no! Pero tal vez en un futuro cercano se nos de la posibilidad de dialogar con los nietos arrepentidos de quienes fueron nuestros verdugos y podamos restablecer un vínculo nuevo, una comprensión mutua que nos convenga a todos. Aunque nos duela reconocer, ninguna mentalidad quede intacta para siempre. Turquía está cambiando. Nosotros no lo percibimos porque aún nos sangra el corazón y nuestras cicatrices no nos permiten descansar, pero viéndolo con objetividad, muchos intelectuales turcos han cambiado sobre la marcha de mentalidad y han abierto su conciencia.
Pienso que ha llegado el momento de mentalizarnos, de aunar nuestros criterios y armar el esqueleto de otras clases de reclamos para encararle a Turquía. Es cierto que masacró un millón y medio de hermanos nuestros, pero no es menos cierto que hoy son muchos los nietos avergonzados de aquellos asesinos, que no logran perdonarse tantas aberraciones cometidas contra sus otrora conciudadanos de origen armenio y, que esperan de nosotros iniciar un acercamiento, proponiéndoles un acuerdo, donde no haya ni ganador ni perdedor y todo quede por un tiempo bajo paraguas.
La vida, hermanos míos, comienza a cada instante y de nosotros, urge incorporar ese instante y con él apuntar hacia adelante; empujar nuestro destino hacia un cielo abierto a un horizonte distinto, saber hacia dónde nos conducimos, el camino que habremos de transitar para no pisar en falso, una y otra vez.
Turquía nos necesita y nosotros, aunque nos duela reconocerlo, necesitamos de ella. Ella ha perdido su Imperio y si resiste a ser cuestionada y se aferra desesperadamente a sus hermanitas de sangre es porque teme perder para siempre su identidad y su sueño del Panturquismo.
Nosotros, como armenios de la diáspora deberíamos saber contemplar sus necesidades y ofrecerle nuestra valiosa colaboración como para enmendar su moral, tan decaída a nivel mundial. Está vez no hemos de ser explotados ni menospreciados como lo fuimos durante el Imperio Otomano. Una de nuestras condiciones será la de ser admitidos y reconocidos como ciudadanos de Turquía de origen armenio. Para ello habrían de modificarse varias leyes infrahumanas y mentalidades obsoletas. Deberíamos encontrar la manera de hacerles entender a esos hermanos, que nosotros los armenio somos los herederos naturales de los territorios ocupados por Turquía, de nuestra propia historia milenaria y merecedores de ser tratados al igual que cualquier ciudadano de esas regiones, obrar con absoluta libertad de adquirir bienes, de establecerse y armar industrias y comercios en todo el territorio denominado turco.
Si a Turquía le duele reconocer el genocidio es sin duda alguna, la prueba irrefutable de que el genocidio existió, pero si tanto le molesta recordarlo – repito - que esa cláusula quede por un tiempo prudencial en esperas hasta que maduren los criterios y la conciencia sea más abierta, recién entonces intentar entablar relaciones. Pero, si se dieran las condiciones de un reencuentro cordial entre ambas naciones, pienso que no sería despreciativo.
Ese, a mi criterio, es el objetivo que deberíamos emprender y trazar de ahora en más para nuestros nietos, recordarles una y otra vez de dónde venimos y quiénes somos, hasta el cansancio.

Rupén Berberian

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