Claro; el genocidio de los armenios no incumbe ni compromete al resto de las naciones del mundo civilizado; no les ha sucedido a ellas. El exterminio de los armenios fue sin duda la gran oportunidad para los mercaderes de aguas turbias que nunca faltan y para carne de cañón de los buitres bípedos.
Me sigo preguntando: el Papa de aquellos tiempos estaría distraído, descansando, o no le llegaban las noticias… ¿Por qué los de la fe judía o la islámica no se jugaron para impedir esa matanza? De los cristianos, ni hablar, estarían buscando la otra cara de la luna, me imagino. ¿No será que el oficio religioso concierne tan sólo la espiritualidad y no lo humano? y ¿los masones, la famosa hermandad masónica salvadora del mundo, por qué debió descuidar a sus hermanos? Entre los armenios hubo muchos que confiaban en sus “hermanos” turcos. Claro, aquéllas eran épocas difíciles, 1915…1923… Leyes abolidas, miles de criaturas arrancadas a sus hogares y obligadas a satisfacer sexualmente a la soldadesca y a sus mandamases. Sí ya sé: ¡¡YA Sé!! Jesús dijo: ofrecer la otra mejilla. Y como los armenios eran cristianos… La otra mejilla sería alabar a Dios y desaparecer en la boca del lobo. Atzvadz-men ze.
Hay quienes todavía pregonan a los cuatro vientos que el genocidio armenio no existió, que las pretensiones armenias son falsas; que tan sólo fueron unos pocos accidentados, consecuencias de la Primer Guerra Mundial, que el verdadero y único genocidio fue el de los judíos. Y yo interpreto perfectamente la mentalidad sionista y su sentido de acaparar la atención mundial, es sin duda una manera astuta y diplomática de vengarse sin revelar su ponzoña.
Al no reconocer el genocidio armenio, el pueblo judío tiende a favorecer a su hermana y aliada Turquía para que no reembolse indemnizaciones a los familiares de los mártires. Se reconocen como el Pueblo Elegido y por ende, cualquier competencia con ellos es comprendida como una ofensa a sus dogmas.
Es cierto, han corrido muchas aguas bajo los puentes; noventa y cinco años de errar por el mundo borra mucha huellas y no obstante, me duele que no haya habido en aquellas trágicas épocas quienes rescataran a esas pobres criaturas, más que algunas pocas voluntarias, misioneras armenias quienes arriesgaban sus vidas disfrazadas de musulmanas; mujeres valientes que iban recogiendo niños huérfanos y conduciéndolos a Aleppo. Esas fueron quienes salvaron entre otras, a mi tía Areck de ocho años y a mi madre Chamiram que aquél entonces poseía apenas seis años; sus padres y familiares habían sido abatidos en Diarbekir.
Hubo quien me reprochó haber calificado de brutos a los asesinos de mi familia… Digo yo; ¿cómo debería referirme a ellos y no quedarme con las ganas de patearles el tablero?
Rupén Berberian
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