jueves, 16 de septiembre de 2010

SEÑORES DE LA APOCALIPSIS

Cómo sería nuestro mundo si existieran delegaciones humanitarias que se ocuparan de rescatar, resguardar durante las revueltas y las guerras a los huérfanos lejos de las tragedias de sus mayores, reencontrar los que se han extraviados por las arenas del mundo, recuperar a las niñas que han sido robadas y sometidas a la esclavitud. “Green Peace” protege a las ballenas y el medio ambiente; las Abuelas de la plaza de Mayo en (Argentina) han rescatando niños que fueron secuestrados durante el gobierno de facto; las organizaciones defensoras de los derechos humanos se ocupan de censurar tal o cual país por estar en desacuerdo con sus lógicas, incluso existen sociedades protectoras de animales; pero del millón y medio de armenios que fueron masacrados durante el genocidio perpetrado por los turcos y otros tantos que desaparecieron devorados por la bestia sanguinaria usurpadora de sus raíces milenarias, pasó desapercibido, se esfumaron en la nada sin que se les moviera el piso a los dueños de la batuta. Parecería que el aniquilamiento de un millón y medio de seres humanos fuera un caso aislado y sin importancia; un accidente intrascendente. Con que trascurrió hace mucho tiempo; con que el mundo estaba en guerra; con que es imposible identificar a los culpables y mucho menos a los que soportaron tanto sadismo y crueldad. A pesar de ese crimen de lesa humanidad y el salvajismo de los turcos hay quienes admiten que alguna abuela suya haya confesado ser armenia y recordaba pertenecer a tal o cual familia ultimada sobre sus terruños ancestrales. Pero ¿quiénes fueron esas abuelas, a qué familia y de qué región formaban parte?, sólo Dios lo sabe. También las hay que recuerdan haber sido raptadas por los kurdos, y otras recogidas por los nómadas sirios y expuestas a la venta como esclavas… y nosotros, nosotros… los afortunados nietos de los sobrevivientes de aquellos tiempos, tenemos que digerir calladamente toda esa patraña y olvidar como que fueran consecuencias inevitables de la vida, una simple pesadilla de la que hemos despertado y que aún perturba nuestra accionar.
Claro; el genocidio de los armenios no incumbe ni compromete al resto de las naciones del mundo civilizado; no les ha sucedido a ellas. El exterminio de los armenios fue sin duda la gran oportunidad para los mercaderes de aguas turbias que nunca faltan y para carne de cañón de los buitres bípedos.
Me sigo preguntando: el Papa de aquellos tiempos estaría distraído, descansando, o no le llegaban las noticias… ¿Por qué los de la fe judía o la islámica no se jugaron para impedir esa matanza? De los cristianos, ni hablar, estarían buscando la otra cara de la luna, me imagino. ¿No será que el oficio religioso concierne tan sólo la espiritualidad y no lo humano? y ¿los masones, la famosa hermandad masónica salvadora del mundo, por qué debió descuidar a sus hermanos? Entre los armenios hubo muchos que confiaban en sus “hermanos” turcos. Claro, aquéllas eran épocas difíciles, 1915…1923… Leyes abolidas, miles de criaturas arrancadas a sus hogares y obligadas a satisfacer sexualmente a la soldadesca y a sus mandamases. Sí ya sé: ¡¡YA Sé!! Jesús dijo: ofrecer la otra mejilla. Y como los armenios eran cristianos… La otra mejilla sería alabar a Dios y desaparecer en la boca del lobo. Atzvadz-men ze.
Hay quienes todavía pregonan a los cuatro vientos que el genocidio armenio no existió, que las pretensiones armenias son falsas; que tan sólo fueron unos pocos accidentados, consecuencias de la Primer Guerra Mundial, que el verdadero y único genocidio fue el de los judíos. Y yo interpreto perfectamente la mentalidad sionista y su sentido de acaparar la atención mundial, es sin duda una manera astuta y diplomática de vengarse sin revelar su ponzoña.
Al no reconocer el genocidio armenio, el pueblo judío tiende a favorecer a su hermana y aliada Turquía para que no reembolse indemnizaciones a los familiares de los mártires. Se reconocen como el Pueblo Elegido y por ende, cualquier competencia con ellos es comprendida como una ofensa a sus dogmas.
Es cierto, han corrido muchas aguas bajo los puentes; noventa y cinco años de errar por el mundo borra mucha huellas y no obstante, me duele que no haya habido en aquellas trágicas épocas quienes rescataran a esas pobres criaturas, más que algunas pocas voluntarias, misioneras armenias quienes arriesgaban sus vidas disfrazadas de musulmanas; mujeres valientes que iban recogiendo niños huérfanos y conduciéndolos a Aleppo. Esas fueron quienes salvaron entre otras, a mi tía Areck de ocho años y a mi madre Chamiram que aquél entonces poseía apenas seis años; sus padres y familiares habían sido abatidos en Diarbekir.
Hubo quien me reprochó haber calificado de brutos a los asesinos de mi familia… Digo yo; ¿cómo debería referirme a ellos y no quedarme con las ganas de patearles el tablero?

Rupén Berberian

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