jueves, 16 de septiembre de 2010

LOS USUREROS DE LA MORALIDAD

Hubo un tiempo en que pensé que uno debía conformar lo que quería ser, y viene al caso, porque alguien me preguntó por qué demoré tanto tiempo en aplicar mi teoría sobre mi persona y me dejó pensativo. Su cuestionamiento me había azotado duramente como un reproche, un reproche que me hizo mudar de épocas. Sabía que mis padres provenían de una ciudad histórica llamada Dikranaguerte, tradicional de la Milenaria Armenia Occidental, donde mis abuelos y familiares habían sido masacrados por los turcos y mis padres habían sobrevivido milagrosamente al genocidio para finalizar refugiados en Francia.
Durante mi recortada inocencia, la vida me estuvo cacheteando una y otra vez, quizá no con tanta crueldad como lo hiciera con mis progenitores, pero con un ensañamiento casi similar, haciéndome incursionar en guerras ajenas y terminar arrastrado por las veredas del mundo.
Pero cuando se tiene hambre no hay patria que valga, ni pasión, ni razonamiento, ni sensatez, ni yo, qué soy… Se flota en medio de una atmósfera envenenada donde difícilmente se percibe un Arco Iris más allá de las propias narices. La incertidumbre se posesiona de uno de tal manera que tergiversa la realidad; un charco llega a parecernos un océano; una limosna: el Maná de Los Dioses. Resulta difícil maniobrar con los miedos y la inseguridad a cuestas, sin tropezar con espinas de rosas cuyos pétalos hayan sido arrancados.
Y el tiempo transcurrió. Y tuve que tranzar la mayor parte de mi vida por un techo propio, una familia propia y asegurarme de que el “propio pan nuestro de cada día” no faltase de mi mesa. Yo ya era un fiel ejemplo de lo que quería ser y con ello creí honrar mis raíces, convencido de que desempeñándome en la vida con corrección y honestidad sería una manera de rendirles tributo a mis ancestros. Me sentía Embajador, sin cartera, de mis raíces. Y ahora, que nada me apura y que los años se han apoderado de mi organismo, regreso a aquello de mis primeras aspiraciones y digo: “Soy lo que quise ser, contra todo y pese a todo”. Es por ello que reproduzco mis ideas y traduzco mis sentimientos en varios idiomas, considerando que con ello expreso mi humildad, mi curiosa manera de homenajear a mis familiares masacrados, mártires de la incomprensión y de querer a mis hermanos por lo que son, por más que no compartan conmigo mi visión de cómo recobrar nuestro futuro de entre los desperdicios del pasado.
Llegué a pensar que con un techo sobre mi cabeza y un pan recién horneado sobre mi mesa sería mi oportunidad de dejar de pensar en mí, de abrir mi corazón hacia los demás y ponerme a señalar los errores de quienes desayunan, almuerzan y cenan la vorágine de la opulencia, haciéndoles recordar que la única diferencia existente entre ricos y pobres es la calidad del cajón de madera con que han de ser enterrados y la cantidad de coronas florales, muchas veces cargadas de hipocresías.
El día que descubra las llaves del Paraíso, seré yo quien le franquee sus puertas al mundo. Si cada uno de mis hermanos procurara hallar las llaves de otros Paraísos para introducir en ellos a los demás hermanos, la ambición “nuestra de cada día” habrá caducado para siempre. Aquel entonces saldré a pregonar a los cuatro vientos que cada uno sea, en bien de la humanidad, lo que quiere ser, por propia elección y no un eslabón más del criterio de los usureros de la moralidad.

Rupén Berberian

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