miércoles, 3 de febrero de 2010

LOS TRECE MOSQUITEROS

Éramos trece: TRECE, número de suerte, reunidos en un bar alrededor de una mesa ensamblada. Cada miembro traía una propuesta disimulada bajo el brazo. Dos de los integrantes eran maestras, por lógica apuntarían hacia la enseñanza en los colegios, haciendo hincapié en la escasez de alumnos y los pésimos salarios de las maestras de idioma armenio. Alguien hizo mención que existían numerosas familias armenias y siríacas radicadas en la Ciudad de la Plata. Ese comentario inspiró a una pareja y le despertó el vicio monetario de tal forma que comenzó a planear y tomar nota en un cuaderno a fin de recopilar datos y comercializarlos en un libro. Otro reclamaba la necesidad de idear una nueva institución: Una Institución Madre, carente de tendencias políticas que nucleara a todos los miembros de nuestra colectividad; pero… lamentaba que su proyecto implicaría un gastadero de dinero que ni él ni nadie estaría dispuesto a afrontar.
Los socialistas, con evidentes añoranzas de la época soviética, veían en Armenia “Libre e Independiente” el principio y el fin de todos los dilemas de la armenidad, la resolución de todos sus problemas, amén de su abierto reconocimiento como a su indiscutible Madre Patria.
Un dinámico estudiante de arquitectura, se presentó como bailarín de una conocida agrupación folclórica armenia, mientras que otros tres coincidían en que era imprescindible un cambio radical de mentalidad.
El único que desentonó fui yo, cuando me expresé diciendo: “El día que la diáspora tenga noción de su extranjerismo, se habrá mentalizado en la imperiosa necesidad de proyectar un éxodo masivo hacia los terruños de sus ancestros”. Que yo sepa, nadie prestó atención a mi reflexión. Para la mayoría de ellos la idea era descabellada, fuera de todo contexto. La frase implicaba pensar seriamente y, por lo visto, la reunión no daba como para encuadrar pensamientos de futuristas. Se sentían cómodos con sus adquisiciones en las patrias adoptivas; se conformaban con su vida de orfanato. Tan sólo pensaban en el presente, ninguno, según pude intuir, se reflejaba en sus raíces.
Alguien de pronto hizo rebalsar la copa revelando su verdad, diciendo: “¡Somos Argentinos, pero también armenios!”. Aquello de argentino, lo entendí de inmediato. De lo otro, me quedaron dudas… ¿Acaso La Diáspora se autoconsagró Patria en el exilio, dándole alevosamente la espalda a la memoria de quienes fueron nuestro padres y abuelos?
En esa asamblea de Trece, no se refirió sobre los tan famosos y peleados “Protocolos”. De pasada, se hizo mención del “genocidio: pan nuestro de cada día”, aunque no sin algo de fastidio. No se recordó ningún tratado, ni siquiera se hizo mención de los territorios usurpados. La idea de regresar a casa no estaba en los cálculos de nadie. Los terruños Occidentales de nuestros parientes fueron simplemente olvidados. El objetivo de la mayoría era resignarse y en lo posible, ir remando. Sucede que ninguno de los presentes admitía abiertamente su extranjerismo. Eran argentinos, los de la diáspora serían en este caso los extranjeros… Porque al decirse armenio, quedaría en claro que se reconocerían por extranjeros y estar en ambas márgenes de una balanza es complicado, nunca se lograría una definición que determine sentimientos absolutos y genuinos que no estén contaminados de una u de otra razón de ser.
Podría decir, aun absolutamente convencido: “Soy lo que quiero ser” No obstante, no impediría que mañana cambie de parecer y me sienta otra persona, con otros sentimientos completamente diferentes. Sentirse armenio y habiendo adoptado, sea por nacimiento u otro motivo, que no vendría al caso, otra ocasional nacionalidad, no es más que un accidente del destino. No fuimos quienes pedimos pertenecer a tal o cual nacionalidad, a tal o cual origen. Yo mismo, en una oportunidad, dije: “Nacer en cualquier rincón del mundo es un accidente y yo me accidenté en París un Catorce de Sagitario” Son accidentes, que a veces nos dejan huellas profundas en nuestro proceder inconsciente; cicatrices lapidarias que nos enamoran hasta no saber vivir sin ellas.
De todos modos en Los Trece Mosquiteros, miembros de la mesa alargada existía la férrea intención de adoptar un cambio para que de allí en más la armenidad vaya despejando la nebulosa que le quitó la visión del Arco Iris durante noventa y cinco años.
Por lo pronto la reunión sirvió para remover una piedra, acaso la más pesada. Una vez que todos entremos en razón, quedaría acomodar los siguientes eslabones. Recién entonces lograremos confeccionar la fortaleza soñado por todos.
31/Diciembre/2009

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