lunes, 13 de julio de 2009

OTRO ASESINATO MÁS

Una señora, dolorida por los acontecimientos de Karabaj, me mandó una nota reprobándome el haber tildado a los turcos y a los azeríes de hermanos. Es comprensible; los azerbaydjanos habían devuelto el cadáver de un joven armenio en un trueque de prisioneros a cambio de tres soldados azerbaydjanos vivos. Mientras los familiares velaban al joven armenio, el cuerpo estalló en mil pedazos, el cadáver contenía una bomba que al explotar, hirió y mató a otras treinta personas.
Se cuenta que Kaín mato a Abel por envidia y eran hermanos. Todos los seres humanos son hermanos en teoría. Los hay evolucionados que aprendieron a valorar y respetar la vida ajena y están los eternos incultos, los primitivos, los tradicionales energúmenos, los psicópatas, los fanatizados de ideas infrahumanas; ignorantes en busca de glorias absurdas. Están errados y no lo saben. No lo saben, porque su conciencia no ha sido pulida, no ha sido encaminada en el bien. Los turcos y los azeríes pertenecen a esa casta de burdos ignorantes sanguinarios, lo mismo que sus ancestros y no obstante eso, no quita de que sean seres humanos, de bajas calañas, pero seres humanos, por consecuencia y por desgracia: sean hermanos. Hermanos, que deshonran a la humanidad pensante.

Si ahondáramos en el tema, nos encontraríamos con que detrás de todo aquello persisten ideas que llevan a tales o cuales aventureros a expresarse contrariamente a lo que debería imperar en una sociedad normal. Claro que lo lamento y ¡Por Dios! No estoy haciendo apología al crimen, ni a la falta de educación o a las conductas erróneas. Sí que me duele, pero no puedo impedir que ciertos hermanos de mentalidad retrógrada comulguen con el crimen; para colmo, se enorgullezcan de él. No retrocedamos demasiado lejos, cincuenta o cien años a lo sumo serían suficientes para observar cómo los grupos de unos agredían los grupos de otros con machetes, espadas, cuchillos, piedras y palos de amasar. Matar era su consigna heroica. Con ello defendían su dignidad, su supuesto honor y liberaban sus instintos salvajes. Muchos somos quienes entendemos que matar aquel de la vereda de enfrente no es orgullo para nadie, salvo para los incultos y los de poca frente. La falta de educación, la pobreza mental, la poca sensibilidad y la pobreza moral son defectos humanos generacionales de que todavía no es posible erradicar definitivamente.

A pesar de la angustia que nos deprime ante casos puntuales y tragedias, similares a la de esa señora, el mundo está escalando peldaños tras peldaños hacia el razonamiento global que ha de preservarlo de la ignorancia innata. Las religiones, los partidos políticos no son más que ideas que han fallado en gran medida, no obstante su sana intencionalidad. Han fallado, porque el ser humano es aún inmaduro y su inmadurez lo zarandea y lo tiene a mal traer. El hombre no está preparado para desprenderse de sus dogmas y caprichos, cree con inventarse un adversario le hace subir de cotización entre sus semejantes bípedos y tornarlo apoderado de la razón. Se ilusiona con que eliminar a un enemigo le abre las puertas del Paraíso, cuando en realidad no hace más que liberar sus debilidades y exponer sus mezquindades. Es triste pensar que si fuéramos caníbales seríamos menos asesinos y más humanos, ya que no nos mataríamos por el simple goce de matar. En realidad matar a un ser humano es como matar en él a la posible resurrección de la creación misma, es, en cierto modo, aniquilar en él a la futura humanidad. El asesino por supuesto ignora el daño que acomete contra los demás, caso contrario lo meditaría. Sabemos que el hombre es un animal de distintas clases de evolución y razonamiento. Los hay primitivos, aunque lleven corbata, luzcan camisa blanca y vistan traje; son individuos que reaccionan desde su instinto salvaje, no son precisamente quienes se manejan con sensibilidad, susceptibilidad, razonamiento y respeto de la vida ajena. Quien honra al de la vereda de enfrente está sin lugar a dudas honrando asimismo sus raíces humanas y quien acomete contra alguien, sin percatarlo, lo está acometiendo también contra sí mismo. No sé, se me hace que cuando el hombre yerra su camino lo ha de condenar alguna Justicia Divina, porque no es lógico que el ser humano haga y deshaga de las vidas humanas a gusto y placer sin que tenga que rendir cuentas en el supuesto más allá, un castigo que habría de dolerle en el alma.

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