martes, 4 de agosto de 2009

RAÍCES

El amor y la pasión a nuestras raíces debe ser nuestro Cristo Salvador, quien en un día no tan lejano habrá de desatarnos los nudos psicológicos que nos impiden ahuecar las alas desde hace noventa y cuatro años en que el genocidio aniquiló a nuestra familia sobre sus terruños, en que se debilitaron nuestras fortalezas debido a que algunos de nuestros más confiables dirigentes se vendieron al enemigo. Por supuesto no fue a traición; no. Creyeron obrar en bien de nuestra comunidad y erraron. Es posible que hayan jugado a todo o nada y perdieron la apuesta. Fue cuando se nos ocurrió que había llegado el momento de nuestra liberación definitiva. La pasión colectiva ya se había alterado y fue ella la que nos jugó una mala pasada permitiéndonos atropellar a destiempo. Alguien desde afuera diría: “Sí”, pero ¿hasta cuándo se soporta una tiranía? ¿Hasta cuándo aguantaría un pueblo sometido? ¿Alguien sabría explicarme por qué Abd el Hamid, el Sultán Rojo, mandó a asesinar trescientos mil armenios? No, ¿verdad? Que yo sepa, la naturaleza, del mismo modo que la intuición humana, advierten de lo que llegaría a dolernos si no tomamos los recaudos necesarios. Las mismas revoluciones sociales se elaboran pacientemente, metódicamente y sin revoltosos que inciten a la violencia y hagan escapar la presa. Son en definitiva quienes motivan los fracasos. Después de todo, no soy quien para juzgar sobre el tiempo transcurrido la conducta de nuestros abuelos, pero mi visión es bien clara y es, la de medir las posibilidades de cada probable error y seguir evaluando eventuales posibles errores, en secreto y a puerta cerrada, antes de dirigir la mirada hacia el horizonte.
Hoy estamos como para ponernos todos a idear una salida a nuestra liberación del extranjerismo. No se confundan; no crean que me equivoco, o bien divago basándome en el reconocimiento de Turquía por el genocidio, pensando en la debida suculenta indemnización que nos llegaría a tocar, o cuando recreo la frase en forma reiterada: “Volver a casa”. Ahora, si el objetivo de la diáspora es la de mentirse y jugar a la cuerda floja tan sólo tras el reconocimientos formal de Turquía al genocidio pensando en el dinero que le tocaría; lo lamentaría mucho. Si bien implica una suma millonaria es, y vuelo a decir: sería una actitud indecente, indigna y una traición de nuestra parte a la memoria de nuestros abuelos, amén de un final sin gloria de nuestra armenidad en el exilio; habremos hecho de ella un mercado persa. Si nuestra vocación se limita en nuestra ambición por el dinero, pues renuncio a mis sentimientos como armenio. Mi afan es precisamente la de evitar el desvanecimiento de nuestro espíritu de lucha. Que la Armenia, Pequeña Aldea, Libre e Independiente que hoy se debate en su propia salsa, procure ella misma su propio Cristo Salvador. Nosotros, huérfanos del genocidio, hijos y nietos de los desterrados sobrevivientes, tenemos otras tareas que cumplir y además, resolver dudas y mitigar traumas generacionales. Tenemos que mantener la memoria activa si es que deseamos lograr objetivos en bien de todos nosotros y no ponernos a cacarear cada cual desde su refugio exhibiendo en la narices de los demás que espían sigilosamente desde la vereda de enfrente, abultadas billeteras, amén de amuradas chapitas de bronce con nombre y apellido.
Hoy lo armenio deja de ser un lamento, una película lacrimógena, una angustia imborrable. El tema es, si deseamos avanzar en esa aventura de recuperar nuestras raíces o seguir persiguiendo un Arco Iris esquivo, por otros cien años de letargo. Si la idea fuese favorable aunque no fuese en forma unánime, entonces tomados de la mano, trazaremos el camino de nuestro regreso a casa. Pero antes, sería convenientes familiarizarnos con algunas condiciones innatas que, sin querer, hemos marginado: solidaridad, hermandad, fidelidad, transparencia, comprensión, humildad y honestidad, todas ellas deberían regir en nuestros actos como un lema, de aquí en más.
Somos, si se quiere, los pájaros diseminados por el mundo de un árbol abatido que debemos mantener y sostener en pie en nuestra memoria, regarlo con nuestras ilusiones y esperanzas, día tras día, hasta recuperar la Tierra Prometida: Nuestra Tierra Madre Ancestral: Nuestro Paraíso Terrenal; la Patria de nuestros ancestros. Pero antes, debemos destrabar las mentes atrancadas de muchos de nuestros hermanos en un pasado nefasto.

7/Julio/2009